“El mundo está lleno de energía y potencia, y con una pequeña parte de esa potencia se puede llegar muy lejos” – Neal Stepenson, Snow Crash (1992)
Allá por 1992, el año en que los primeros teléfonos móviles como el Nokia 1011 y el Motorola Internacional 3200 salían al mercado, el escritor norteamericano Neal Stephenson describía en su novela de ciencia ficción Snow Crash, un mundo paralelo en el que las personas usaban avatares digitales de sí mismas para explorar el mundo en línea, a menudo como una forma de escapar de una realidad distópica. Nos estaba presentando ficción mediante un concepto innovador y disruptivo de un mundo que nos invitaba a vivir y resignificar nuestras experiencias: el Metaverso.
Este concepto futurista, lejano e inalcanzable para la década del 90, se ubicó en el centro de la escena en 2021 cuando Mark Zuckerberg anunció que Facebook tendría su propio metaverso y cambió el nombre de la compañía a Meta. Este entorno virtual, que se presenta como el gran sucesor de Internet, en el que podemos trabajar, entretenernos y, principalmente, interactuar y crear vínculos con otras personas, ya es una realidad que está entre nosotros y no está exento a la lógica de mercado.
En su presentación de Facebook Connect 2021, fue el mismo Mark Zuckerberg quien hizo alusión a la interacción humana como la más importante de todas las experiencias posibles dentro del Metaverso. “Vamos a poder estar presentes, como si estuviéramos junto a los demás sin importar las distancias”, afirmó Zuckerberg, quien a su vez anunciaba la llegada de un Internet Personificado, que nos permitiría participar activamente de las experiencias en vez de ser meros espectadores pasivos a través de las pantallas.
Cuán receptivos serán los seres humanos de estas experiencias es algo que aún está por verse. Según el informe publicado por la investigadora Taquion el nivel de aceptación es mayor en las generaciones más jóvenes y 8 de cada 10 centennials piensan que pueden generar lazos emocionales reales en este entorno virtual. Sin embargo, según los datos relevados, la opinión pública todavía muestra cierta resistencia a esta nueva propuesta y los términos “verso”, “nada”, “no se sabe”, ocupan el top of mind de los argentinos a la hora de hablar de metaverso.
El metaverso se vuelve un espacio ideal para las empresas a la hora de poner en juego una nueva versión de sí mismas. Una oportunidad para generar nuevas opciones de negocio y rentabilidad sin limitaciones de espacio físico, con costos de implementación y testeo más bajos, y con un menor riesgo.
Este nuevo paradigma da lugar, a su vez, a nuevas necesidades, gustos y conceptos, lo que traerá aparejado indefectiblemente una reconfiguración de los servicios y productos tal como los conocíamos hasta hoy. Se comienza a ver que las empresas que venden sus artículos en un entorno de metaverso no sólo ofrecen productos radicalmente nuevos, sino que también experimentan nuevas prácticas comerciales.
¡La transformación ya ha empezado! Las empresas están haciendo uso del Metaverso y ofrecen experiencias que trascienden el entorno digital, para generar impacto en el mundo real. El centro de esquí Vail, en Colorado, por ejemplo, ya tiene su gemelo virtual en el que ha recreado sus instalaciones, con detalles de nevadas e informes meteorológicos históricos. Esto, ayuda a generar previsibilidad de las condiciones de esquí en el centro, para poder así optimizar y extender la temporada turística.
Por otro lado, ya son varias las marcas de la industria de la moda que ven en el Metaverso una oportunidad de monetización. Zara ya ha lanzado su primera colección de prendas virtuales, mientras que otros grandes de la moda como Gucci, Louis Vuitton y Balenciaga han diseñado prendas exclusivas para Roblox y Fortnite. Nike, por su parte, compró RTFKT, la empresa de zapatillas virtuales y de esta manera plantó su bandera en el Metaverso.
Ser pioneros en este universo desconocido significa una gran oportunidad para las empresas. Éstas van ganando terreno y ampliando su mercado en un entorno sin regulaciones específicas y en el que los gigantes tecnológicos ya sacaron ventaja a políticos e instituciones.
El metaverso parece no tener techo. Mercados que se multiplican, millones de nuevos usuarios digitales ávidos de consumir nuevos productos y servicios, un mercado totalmente desregulado donde las empresas están invitadas a escribir su propia historia. Sin embargo, como todo universo desconocido, supone enfrentar nuevos desafíos y tomar decisiones estratégicas. Y no todos están preparados.
¿Dónde está la clave? En primer lugar, no limitarse a asumir que sólo se trata de tecnología. Se necesita apostar integralmente a una transformación de las ideas, las prácticas y las visiones para que las organizaciones sean verdaderamente diseñadas para el futuro. Esto va a implicar invertir en innovación, desarrollo y capacitación para estar a la altura de los cambios que se vienen. Aprender y desaprender para volver a aprender. Hay que entender que las fronteras de lo que hoy conocemos se están corriendo, no son rígidas y nada es definitivo. Todo se está poniendo a prueba.
En una charla reciente en el marco de “El Mundo de las Ideas”, el coach y consultor en cambio cultural Gabriel Pereyra, proponía una interesante analogía para referirse a la humanidad en estos tiempos. “Como un software que se lanza al mercado en modo beta, nos debemos amigar con que estamos viviendo en constante fase de prueba, abiertos a procesos de ajustes y optimizaciones”, resumía. Retomando sus palabras, y en sintonía con lo hasta aquí expuesto, estamos convencidos que debemos trabajar nuestra capacidad de adaptación al cambio, hacer el ejercicio de desaprender y reaprender constantemente. Aggiornarnos así, a un entorno que nos propone cuestionar nuestro mindest para dialogar con el futuro. Un futuro que, como sabemos, ya está entre nosotros.